ESCENA FINAL
Esa madrugada, Eva tenía unas ganas locas de sacar las muchas lágrimas que llevaba por dentro.
Eva tiene los dedos de las manos arqueados.
Siete arrugas en la frente.
Cabellos largos, negros, muy largos.
Y en medio de su sombra, un puro que escupía humo azul.
Eva era así, boca pequeña. Parecía que reía todo el tiempo. Si no fuera por los ojos tristes que le enmarcaban la frente.
Y contra ella, su espejo.
Y el lápiz.
Y el papel.
Y su cuerpo.
Y empezó a dibujarse, tratando de hablarle a aquel reflejo eunuco:
Sombra de su sombra.
“Mi cuerpo es tan dolorosamente amorfo que río al pensar que pudiera dibujarlo.
Tendría que empezar por tener una hoja resistente a borrones necios,
Y un lápiz que mienta.
Paciencia.
Tengo que callar a ratos el lápiz.
Es insolente como corrompe mi forma.
¿Mi forma de musa, Eva?
No.
Es difícil ver mis órganos podrirse en años negligentes goteando creencias que sospechaba no eran ciertas.
Empiezo a dibujarme por los surcos del vientre.
Siento un silencio. ¿Oís el silencio, Eva?
No.
Pareciera que no hay nadie en casa.
Qué ridículo. Como si existieran silencios que pudieran oírse.
Y tus líneas, ¿las dejás caer Eva?
Empezaron a caerse hace algún tiempo. Sin embargo, todavía tengo algunas tan barrocas como siempre: que las de mis labios rojo fláccido, que las de mis caricias exigentes, que las de mis piernas cruzadas.
Morbo hipócrita.
Las del corazón errante.
Las elipses de mis ojeras siempre buscan encerrarse en un cubo que no entiendo. Pero hay que dibujarlas y entenderlas a regañadientes, aunque nunca nos digan nada.
Y luego, creer olvidarlas.
Los hombres.
La primera vez que ví mi cuerpo desnudo me dio vergüenza. Siempre me ha parecido de mal gusto la forma en que mi piel suda. Y ahora que trato de darle movimiento a mis manos: el lápiz se pone rígido.
Sigo mi dibujo, trato de seguirlo.
Todo como la primera experiencia.
Como el primer grito.
Como el primer silencio hipócrita.
Y luego, la muerte de los ojos.
Porque cuando el alma no sabe qué decir, los ojos se pierden e la lejanía.
Entonces corro a cubrirme, y me dejo abrazar por la noche.
Por momentos me parece que el papel piensa tanto y no dice nada.
Enterrando cosas que siguen vivas.
Como el paralelismo entre yo-Eva y vos-Eva.
Monólogo eterno.
Como el circular silencio culpable de sus senos.
Piedra vieja.
Cuándo fue la última vez que hiciste el amor, Eva?
El infierno no existía antes del siglo XIII.
Mancho mi cuerpo con perspectivas mediocres. Rayo mi hoja y lloro, y río en silencio.
Un silencio que me escupe los huesos
Si algunos espejos oyeran,
Nos contarían sobre el sonido que tiene el vértigo en sábanas con olor a muerto.
Cuando la noche no me deja dormir.
Porque las niñas también mueren esclavizadas en sus propios vientres.
Y termino mi dibujo. Y sí, lo firmo.”
Eva puso el dibujo sobre el diván, luego pintó su boca con lipstick rojo putilla, amarró su cabello con un pañuelo rococó, y bailó desnuda de puntillas, tarareando su tango favorito.
Al final del estribillo se restregó los ojos: quitándose talvez, las telas de araña que le nacían entre las pestañas. Y cayó impávida sobre su cama.
Sin moverse más.
Sin hablar más.
Esa noche Eva durmió desnuda.
(Ojo, que estos textos tienen dueña. Esto tiene copyright. ¡No hagas lío y pide permiso antes de usarlo! ¿Vale? 😎)
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